El mundo en femenino


El mundo en femenino

Cuando hablamos, seleccionamos unos fonemas con los que se construyen las palabras que utilizamos para expresar ideas, sentimientos, deseos, necesidades o nuestra forma de percibir lo que nos rodea. Ratificamos la relación entre significante y significado, entre el dibujo y la idea.Se inicia mediante la palabra el aprendizaje del mundo y con él la construcción social del género, la carga de aprendizaje y expectativas diferenciadas y jerarquizadas que asumimos las mujeres y los hombres por el hecho de nacer de uno u otro sexo.
«Primero, la niña aprenderá que se dirigen a ella llamándola ‘niña’. Por tanto, si oye frases como “Los niños que terminen pueden ir al recreo”, permanecerá sentada en su pupitre contemplando impaciente la tarea concluida en espera de que una frase en femenino le abra las puertas del ansiado recreo. Pero estas frases no suelen llegar nunca. Es más probable que la maestra diga al advertir que ha terminado: “Fulanita, he dicho que los niños que hayan terminado…”, y si sigue sin darse por aludida, entonces le explicará que cuando dice ‘niños’ se está refiriendo también a las niñas. Pero si incurre en el error de creer que la palabra ‘niño’ concierne por igual a los dos sexos, pronto verá frustradas sus ilusiones igualitarias. La hilaridad de sus compañeros ante su mano alzada le puede hacer comprender, bruscamente, que hubiera sido mejor no darse por aludida en frases del tipo: “Los niños que quieran formar parte del equipo de fútbol que levanten la mano”. En casos como éste, la maestra suele intervenir recordando: “He dicho los niños”, ante lo cual la estupefacta niña pensará: “¿Pero no había dicho los niños?”».
«La niña debe aprender su identidad sociolingüística para renunciar inmediatamente a ella. Permanecerá toda su vida frente a una ambigüedad de expresión a la que terminará habituándose, con el sentimiento de que ocupa un lugar provisional en el idioma, lugar que deberá ceder inmediatamente cuando aparezca en el horizonte del discurso un individuo del sexo masculino, sea cual sea la especie a la que pertenezca».

Aunque la anécdota, recogida en 1986 por Montserrat Moreno en ‘Cómo se enseña a ser niña: el sexismo en la escuela’, puede parecer hasta cierto punto divertida, no deja por ello de tener un trasfondo amargo: desde antes de nacer, se educa de modo distinto a niñas y niños, se nombran de modo diferente. Se naturaliza la diferencia cultural como resultado artificial de las diferencias biológicas.

Un recorrido histórico por la forma de nombrar a las mujeres

Uno de los argumentos más simples —por no decir tontos— y más utilizados es que “esto siempre ha sido así”. Pero, si repasamos someramente esta afirmación, comprobaremos con sorpresa que no se sostiene. 

Presidenta recogido en un diccionario antigio


Según recoge Sara Lovera respecto de la lengua francesa en su artículo ‘La lengua vehículo del pensamiento’:
«En la Edad Media, la forma masculina no se consideraba suficiente para dirigirse a hombres y mujeres en los discursos pregonados en las plazas públicas. Se decía ‘iceux et icelles’ [aquellos y aquellas] así como ‘tuit et toutes’ [todos y todas]. Se podía decir ‘mairesse’ [alcaldesa] en el siglo XIII; ‘commandante en chef’ [comandanta] e ‘inventeuse’ [inventora]; en el siglo XV; ‘lieutenante’ [tenienta] en el siglo XVI; ‘chirurgienne’ [cirujana] en 1759. Sin embargo, la jerarquía que hoy se discute por el uso del género masculino para designar a las personas de ambos sexos se remonta al siglo XVII, cuando en 1647, el gramático francés Vaugelas declara que “la forma masculina tiene preponderancia sobre la femenina, por ser más noble”. La elección del masculino, recomendada por este gramático ni era una decisión neutral ni pretendía serlo».
En 1789, la Asamblea Nacional Constituyente francesa aprobó la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano. Cuando en 1791, Olympe de Gouges redactó su Declaración de los Derechos de la Mujer y la Ciudadana fue porque las mujeres, que habían luchado tanto como los hombres para conseguirlos, no estaban incluidas: a finales del siglo XVIII ‘derechos del hombre’ no significaba ‘derechos humanos’. El resultado fue su acusación por intrigas sediciosas [sic] y la muerte en la guillotina en 1793.


¿Más? Continuemos: en 1776, cuando Thomas Jefferson escribió: “All men are created equal”, se refería, sin género de dudas, a los hombres y no a las personas. ¿O ese día estaba ahorrando tinta? Y si no, que se lo pregunten a Elizabeth Cady Stanton, quien en 1848 inició el movimiento sufragista en Estados Unidos con su Declaración de Sentimientos o Declaración de Séneca Falls, gastando tinta en escribir “That all men and women are created equal”. A pesar de que tenía buenos motivos para escribir esto, fue tachada de feminista radical. Me atrevo a imaginar que alguien le aconsejaría que se relajara y que disfrutara la vida, que no fuera tan susceptible. O que mejor con una palabra menos, por economía del lenguaje.

En definitiva, vale que hoy tengamos esa curiosidad llamada masculino genérico pero, por favor, no tergiversemos la historia: “Todos los hombres son iguales” se refiere, hoy y en 1776, a los ‘hombres’. En masculino. Sin genérico.

Es evidente, que la jerarquización del masculino sobre el femenino corresponde a una visión del mundo del siglo XVIII, por más que haya quienes la malargumenten y deseen hacerlo ver de otro modo.




¿El uso de un lenguaje inclusivo es reivindicación actual?

Aunque nombrarnos en femenino nos parezca una propuesta novedosa, desde el fin de la II Guerra Mundial, algunas instituciones y gobiernos han abogado por un uso no sexista de sus respectivos idiomas. La feminización del lenguaje se propone adaptar el idioma a las realidades sociales y culturales, pero también se inscribe en un contexto político: el del reconocimiento de la igualdad entre hombres y mujeres y de la necesaria paridad hombre-mujer.
Entre las iniciativas, como también recoge Sara Lovera en el artículo citado, se puede destacar la de Canadá, a la vanguardia de esa evolución desde 1978, así como las de Suiza, que en 1989 feminiza el conjunto de su terminología de oficios y profesiones y publica en 1991 una guía de redacción no discriminatoria que recomienda el uso de la expresión ‘droits humains’ [derechos humanos].

Según la lingüista Dunia Rodríguez, no podremos usar un lenguaje no sexista mientras no opere la transformación mental, donde se exija nombrarnos, sin dilación; donde se dejen de buscar fórmulas engañosas, que no sirven sin reflexión.

Julia López Giráldez afirma: 

«La enseñanza-aprendizaje de la lengua es un proceso de doma mediante el cual las mujeres/niñas aprendemos a no ser nombradas y a expresar esta ausencia de sí mismas con naturalidad, reprimiendo las preguntas sobre la pertinencia de este hecho [no estar]».

El lenguaje como vehículo de una forma concreta de ver el mundo

Tal y como nos dice Mercedes Bengoechea, figura internacional en el estudio del lenguaje y su relación con el género, dado que la lengua es el medio por el cual se transmite y comunica el pensamiento, al estar nuestra sociedad construida sobre estructuras de carácter jerarquizador y discriminatorio contra las mujeres, es inevitable que transmita y comunique, como lo hace, tácticas para preservar dicha jerarquización, es decir la invisibilidad, la exclusión del género femenino y el manifiesto afán de que esté implícito, a la hora de hablar y escribir, en el masculino.

Lo peor es que, a través de las generaciones, el pensamiento patriarcal ha ido infiltrándose en el lenguaje y se ha transmitido por esta vía hasta hacer invisibles a las mujeres, y lo más grave, hasta hacer que las propias mujeres nos mimeticemos y hablemos de nosotras mismas en masculino con expresiones como “nosotros”, “uno cree”, “uno mismo”, “todos”. «Hemos aprendido a pensarnos como ausentes, y lo que no es nombrado tiene una categoría diferente, subordinada, dependiente de lo nombrado. O, peor aún, no existe».

Se necesita una ingente labor de reeducación para que podamos enseñar con naturalidad que la lengua es un pacto de comunicación y que es necesario dar herramientas desde el parvulario para expresarse correctamente.

Todos los talleres de lenguaje no sexista, y todos los berrinches de sesudos académicos de la lengua, serán insuficientes si no existe la voluntad política y social de un profundo cambio estructural. Mil y un años de campañas como #GolondrinasalaRAE no bastarán sin ese nuevo rumbo. Un cambio que será una revolución contra el poder que hoy aparta a las mujeres y a las niñas de la experiencia de ser nombradas, tachándolas —por reclamar sus derechos— de exigentes, incultas o manifiestamente ignorantes de la norma, de la gramática o de váyase a saber qué olvidando que para revisar estas normas obsoletas, retrógradas, anacrónicas y discriminatorias hemos debido conocer primero y después reflexionar sobre la norma, el mundo, el futuro y nuestro papel en él. ¿Pueden decir eso mismo quienes nos reprenden tanto por tan poco?


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María S. Martín Barranco
evefem.com

Artículo publicado originalmente en Píkara Magazine
@generoenaccion

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